lunes, 28 de junio de 2010

EMMANUEL Y SAM BIGOTES

Tal parece que para Emmanuel desde que le platiqué que este fin de semana traería a Samuel a la casa, las horas se le hacen bastante largas; pues hay que ir a la escuela, regresar a casa, cambiarse el uniforme, esperar la hora de la comida, hasta que por fin, al llegar las cinco de la tarde, sólo hay que atravesar la calle para estar con Sam bigotes, como él le llama.

Al tocar a la puerta, no sólo escuchamos el timbre; sino su vocecita, con el clásico grito de:-¡abuelitaaaaa! Lo vemos entrar rápidamente, subir las escaleras y mirar desde la ventana a Sam. Una vez que abre la puerta, se acerca hasta donde está Sam y lo acaricia, saca la varita con el estambre para jugar con él y me pide que lo ponga entre sus piernas para que lo cargue un ratito.

No sólo Emmanuel pasa tiempo con Sam, también la tía y los abuelos, y es que, es tiempo en el que también juegan con Emmanuel a formar palabras, porque ¡vaya forma tan aburrida de enseñar de su maestra!, todavía por medio de sílabas. Cuando aprender puede resultar tan divertido, sobre todo con los abuelos.

La presencia de Samuel en casa me ha acercado más a Emmanuel, quien me pregunta muchas cosas sobre Sam ¿por qué hace miau?, ¿por qué puede trepar tan alto?, ¿le gusta bañarse?, ¿cómo se carga? y seguramente muchas otras que surgirán durante la estancia de Sam en casa.

Hoy es el tercer día que tenemos a Sam en casa y Emmanuel sigue tan emocionado al verlo como el primer día.; pero al llegar la hora de irse a casa para hacer la tarea, un dejo de tristeza se torna en su cara.

Lo que más le gusta a Emmanuel de Sam es sentir su pelo ¡tan suavecito! Y a cada rato me pide que lo ponga entre sus piernas para que lo cargue. Me pregunta ¿por qué conmigo Sam se está tanto rato acostado en mis piernas y con él no?

Como todos los días, hoy surgió una nueva pregunta cuando Emmanuel se acercó al arenero de Sam ¿qué huele tan feo? y al decirle que estaba al lado del arenero de Sam, rápidamente se levantó y se sentó en otro lado.

Mientras Sam estaba acostado en mis piernas, observábamos las estampas del álbum del Chavo del 8 y leíamos el texto que se encuentra abajo de cada una de éstas. En una de ellas se mencionaba que en clase uno de los niños decía a su maestro que la mitad de ocho es cero; ya que borrando uno de los círculos con los que se traza el número ocho, queda cero. Emmanuel preguntó: -¿si es cero la mitad de ocho?, entonces recurrí a un juego de reparto para que Emmanuel entendiera cómo se puede obtener la mitad de cualquier cantidad.

Durante dos días Emmanuel extrañó la presencia de Sam; ya que no vino a visitarlo porque fue con sus papás a ver  a unos familiares; pero el sábado a las tres de la tarde ya estaba listo tocando el timbre y con su clásico ¡abuelitaaaa!, diciéndonos que estaría con Sam hasta las seis de la tarde porque no lo había visto. Cuando vio a Sam asomándose por la ventana muy emocionado, dijo: -mira, ya me estaba esperando.
Cuando Emmanuel se puso a jugar con la varita, decía que veía a Sam muy inquieto y le daba mucha risa porque al estar sentados frente a la computadora escribiendo esta narración, Sam se acercaba y le lamía su oreja, entonces le pregunté qué sentía y sólo dijo que frío.

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